Memorias de Ultramar
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Fábula de los hijos de Kândor.

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Fábula de los hijos de Kândor. Empty Fábula de los hijos de Kândor.

Mensaje  Moonchild Vie Oct 16, 2009 3:10 pm

Siempre se ha hablado sobre el poder de los espíritus animales, y más de una historia se ha contado al calor de un fuego perdido sobre las esencias que les guían. Hay una de ellas que habla sobre los lobos y los hombres. Y quien la conoce, si es sabio, la guarda en su memoria con respeto.
La historia empieza con Ôbe como protagonista, como no podía ser de otra forma; y es que se dice que la Diosa Luna había elegido a la raza de los lobos para que fueran sus hijos. En las noches más claras, ellos la adoraban y cantaban poemas melancólicos por no poder alcanzarla. Y así pasaron muchos años, pero los hombres empezaron a construir templos a su belleza y a cantar alabanzas a su figura de pandero.
Entonces recordó Ôbe a su propia madre, y por Âbsu decidió que su descendencia tendría forma humana, y que viviría en el mundo de los hombres. Así fue como nació Kândor, la de los ojos oscuros y piel nevada.
Vivió mucho tiempo entre los seres humanos, aprendiendo sus costumbres cerca de un templo de Sehanine. Allí donde podía volcar una parte de sí misma que nadie era capaz de comprender.
El prior del pequeño templo era un hombre entrado en edad llamado Tûlkos. Su pequeño santuario nunca había tenido demasiada relevancia dentro de su fe. Se hallaba en El Camino de la Luz Argéntea, una ruta semicircular de peregrinación que debía recorrerse en una luna, y eso era un incentivo para el sostenimiento del templo; pero Tûlkos siempre había anhelado una capilla más grande y posición en el credo, no una devoción mayor hacia su diosa.
Cuando Kândor llegó al templo, las Videntes (que es como llaman a las sacerdotisas de la Diosa Luna), curiosas de su aspecto, la acogieron como si fuera una criatura salida de las entrañas de Ôbe. No sabían en ese momento cuánto habían acertado en sus augurios momentáneos, pero cierto es que Kândor parecía lo que era, ya que su piel era blanca como los armiños, y así era su pelo. Por el contrario, sus ojos eran pozos donde la noche se sentía avergonzada de ser tan clara. En ellos se reflejaba el firmamento como en orbes de azabache. Era evidente que no era una simple hija de los hombres.
Nunca necesitó comer, pero muchas noches, al final de la semana de Gôhne y al principio de la de Ûnki, dormía durante todo el día para despertarse al salir la Luna llena, y se quedaba toda la noche mirándola como si estudiara los dibujos de su superficie. Solo volvía a dormir cuando se escondía para dejar que Aedrêl tuviera su momento.

Tûlkos nunca había querido un parásito en su templo, pero al ver que la niña no comía y que podía atraer a más peregrinos (y por tanto aumentar su poder), permitió a las Videntes que criaran a Kândor en su santuario. Estas la trataron con respeto, nunca de igual a igual. La niña había demostrado tener pocas cosas en común con las religiosas, y siempre se mostraba abstraída de su entorno y de los comentarios de los que les rodeaban.
Le fue entregado un vestido de color Índigo claro, casi violáceo, pues este era el color que usaban los altos sacerdotes de Sehanine; también era un color usado por los fieles de Corellón. Esta niña salida de entre los árboles del bosque parecía deberle algún que otro regalo también al dios de los elfos; sus orejas acababan en punta, y la gracia de las hadas parecía hacer posesión de Kândor a cada movimiento de su cuerpo.
El tiempo fue pasando y la hija de Ôbe se mantuvo siempre aparte de los humanos. Podía mirar en los ojos de los extraños, pero siempre dejaba claro que no pertenecían a la misma raza. Su mirada era demasiado profunda para ser aguantada, y su sonrisa la hacía parecer un depredador demasiado peligroso, aunque solo se tratara de una simple niña.
Fábula de los hijos de Kândor. Moonchild__by_Frenzied_Insanity
Cerca del templo, en los árboles donde descansaba Kândor, empezaron a crecer unos frutos plateados. Estaban cubiertos de una suave pelusilla, y solo eran perceptibles a la luz de la Luna. Rápidamente cayó en la cuenta Tûlkos de que estos frutos tenían propiedades especiales: Hacían cerrarse a las heridas y terminaban con la sed, el hambre y la enfermedad.
La voz corrió hasta el oráculo de Sehanine, y los peregrinos empezaron a multiplicarse, confiriendo al templo de Tûlkos un poder que no había tenido nunca. En un par de años, el santuario había crecido hasta ser el segundo más importante de todos los templos a Sehanine, después del gran templo del Oráculo, y fieles y sacerdotes de todas partes llegaban para servir en el, con la esperanza de poder vivir cerca de Kândor. La mayoría de ellos no llegó a verla más que por unos instantes.
Con el tiempo, Kândor fue recluida en el interior de los jardines que había creado el prior para ella. Siguió dando sus paseos nocturnos y libando luz de luna para comer, pero aunque pudiera parecer lo contrario, la hija de Ôbe comprendía perfectamente lo que allí estaba pasando.
Y tal y como su madre había designado, vivió entre los hombres, y aprendió de ellos la razón y la lógica, y repudió de ellos muchas otras cosas. Y esto fue así hasta el día en que Kândor se cansó y decidió buscar entre aquellos que la entendieran mejor. Así, una noche de la decimoprimera luna, salió en busca de los ahijados de Ôbe, y no volvió a ser vista por los peregrinos.
Los lobos la amaron desde que pisó por primera vez los bosques, y vivió entre ellos, desobedeciendo a su madre para morar entre sus hermanastros. Honró a Korâe, Kândor hija de la Luna, y aprendió sobre el instinto de sus compañeros, sobre la lealtad y sobre la valentía, y también sobre la ira.
Pasaron así muchos años y el templo de Tûlkos fue mermando en fama e importancia. Kândor, por su parte, había hallado una verdad en si misma y en sus nuevos compañeros, con quien decidiría quedarse. El ser humano y el lobo compartían muchas cosas, pero los errores del lobo no provenían de una planificación previa en contrapunto a los hombres. Para Kândor, eso les hacía más confiables.
Aun así compartían muchísimas cosas, y decidió que trataría de rescatar lo mejor de un hombre y de un lobo, y que pagaría el precio de tener que desenterrar lo peor al mismo tiempo.
Y así, encinta inexplicablemente, Kândor llevo en su vientre a su descendencia durante once lunas, y vivió entre los lobos que la cuidaron y protegieron hasta que fue el momento de enseñarles el mundo.
Los hijos de Kândor eran mellizos, y se diferenciaron desde el primer momento de su nacimiento. Dâru, que así se llamaba el primero de los nietos de Ôbe, tenía los ojos del color de las cosas naturales, y variaba entre el verde y el aguamarina, entre el azul celeste y el tostado de los campos, entre el negro de la noche y el naranja de los brazos de Aedrêl. Su pelo era níveo como el de su madre, y su piel había adquirido el tono de los pétalos de rosa más tempranos, que aun decidían si ser rosas o blancos. Tenía el aspecto de un ser humano, pero en su mirada se adivinaba el espíritu del lobo. Nêrebo, sin embargo, tenía el pelo del color del ala de un cuervo, y su piel parecía tostada por innumerables veranos. Sus ojos eran blancos y sin brillo, y nadie era capaz de ver una intención en ellos. Cuando Dâru salió al mundo, los lobos se acercaron profundamente complacidos con la visión del retoño de Kândor. Mas no fue esa la reacción que tuvieron al ver a Nêrebo, y durante un tiempo, los hijos de Ôbe no se acercaron a la madre de los mellizos.
Dâru y Nêrebo, sobre los cuales serían cantadas después otras historias, crecieron bajo el ala de Kândor, protegidos de lejos por los lobos, amado Dâru y temido Nêrebo, y llegaron pronto a la edad adulta.
Sobre el primer hijo de Kândor había recaído la gracia de la naturaleza. A veces se quedaba horas mirando a las flores muertas y a los animales heridos, y poco a poco empezó a entender el flujo de la vida, de cómo las cosas pasan, y desarrolló el poder de crearla a su paso y de rodearse de ella. El bosque amaba a Dâru como si fuera su hijo, su hermano y su padre.
En cambio Nêrebo gustaba de las historias oscuras, de los pensamientos impíos y corruptos, y mucho lloró su madre por las acciones que cometió. Una noche, el líder de los lobos se acercó a Kândor. Habían pasado muchos meses desde que la viera tan de cerca; siempre se mantenía lejos, pero amaba su visión y no podía privarse de ella; y le advirtió que alejara a su hijo menor de los bosques, pues su propio retoño había caído presa de enfermedades oscuras, y todo parecía obra de Nêrebo, que despertaba la muerte y la corrupción a su paso.
Mas ya por aquel entonces los hijos de Kândor habían desarrollado mucho sus virtudes, y ambos podían adoptar la forma del lobo a su voluntad, uno negro y otro blanco, y como seres extraordinarios que eran, pocos podían oponerse a su voluntad y poder.
Dâru nunca buscó la confrontación, pero a medida que crecía, iba tolerando cada vez menos las acciones de su hermano, y cuando este quitaba la vida a un animalillo por puro capricho, Dâru se encendía por dentro, y su cólera era solo controlada por un profundo autocontrol y amor hacia su madre, quien no podía evitar querer a su injusto hijo menor.
Mas todo tiende a llegar a su fin, y este llegó el día en que Nêrebo exterminó alevosamente al clan que le había acusado, y renegó de su madre, amenazándola de muerte si se interponía en su camino. Dâru la protegió y condenó a su hermano al destierro, advirtiéndole que si volvía a cruzarse en su camino probablemente fuera el fin de ambos, ya que uno era el contrario del otro, pero ambos tenían el mismo grado de fuerza y ninguno de los dos podía ganar en un enfrentamiento.
Pero ya era tarde… Kândor no pudo aceptar la pérdida de Nêrebo y su pena la hizo huir, errante hacia los bosques, en busca de un lugar donde pudiera olvidar y pedir perdón eternamente a su madre por haberla desobedecido.
El linaje de sus hijos permaneció tras la muerte de estos, y sus sucesores heredaron el poder que tanto les diferenciaba, por eso, desde entonces, hay lobos que protegen y otros que acechan, y cuanto más fresca está la sangre de uno de los hermanos en estos animales, mas se diferencian los unos de los otros. Cuidado hay que tener pues, de quien es el lobo que se tiene en frente, pues aunque afortunado pudiera ser el encuentro con un hijo de Dâru, el alma de Nêrebo habita en las bestias más oscuras…
Fábula de los hijos de Kândor. October_breath_by_khaosdog
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Mensaje  Agar Lun Nov 23, 2009 9:01 pm

Nose si te gustara las fotos:

Nêrebo

Fábula de los hijos de Kândor. Sun_Chaser_by_PearlEden

Dâru


Fábula de los hijos de Kândor. The_Fallen_Sun_by_PearlEden
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Mensaje  Moonchild Mar Nov 24, 2009 7:20 pm

Jaja, Nérebo si fuera negro pues molaría si!!
Y Dâru me da miedo xD
Pero las fotos molan taco. Igualmente yo ya tengo preparadas fotos de Dâru y Nêrebo, aunque lo mismo nunca las veis xDDD Es lo mas probable Razz
Mu wapas si señor.
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Fábula de los hijos de Kândor. Empty Re: Fábula de los hijos de Kândor.

Mensaje  selene Miér Nov 25, 2009 3:35 pm

yo me loS imagino así... Nerebo abajo como esperando y Daru aullando en la luna por las fechorías de su hermano!!! esq me moló taanto la fotooo!!! xD

Fábula de los hijos de Kândor. Fotii
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Mensaje  Moonchild Miér Nov 25, 2009 8:57 pm

Bueno y que me dices de Ankie! (Q no es asi pero vamos! Toda una coincidencia!)

Daru con Ankie y Obe y Nêrebo desterrado.

Increible skill deviantartero Selene, me estas pisando los talones waaaaaaaaaa mkgenunplato lol!

Bss x)
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Fábula de los hijos de Kândor. Empty Re: Fábula de los hijos de Kândor.

Mensaje  selene Jue Nov 26, 2009 9:25 pm

waaaaaaaa!! es verdad!!! no habia caido en q Ankie está cerca y q es un lugar tooodo molon!!! Viva el deviant... definitivamente nos ama!!!! jejeejejje besitos talaveranos tu verah!!! bounce
selene
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