Memorias de Ultramar
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Conversaciones de Viaje

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Conversaciones de Viaje - Página 4 Empty De la Fortaleza de Înkhilzor a una cena con liebres.

Mensaje  Moonchild Lun Ene 12, 2009 8:39 pm

Los montes fueron cambiando su orografía a medida que los compañeros avanzaban sobre sus cumbres. Atrás quedaba la fortaleza cuando el día hubo nacido.
En el horizonte solo se divisaba la verde campiña que precedía las tierras del río Sanhyd, y que llevaba por fin a las irregulares tierras de Edranthal. Allí les esperaba una guerra, pero también un ejército amigo.
Les reconfortaba pensar en pisar tierra aliada, donde ya no necesitarían preocuparse por la gente que vivía entre sus fronteras. Por añadido, iban junto a Êirnel, y esto aseguraba su paso sin incidentes, si topaban con las autoridades de aquellas tierras. De todas formas aun tenían que abandonar Ikedriz, y el Sanhyd no sería una frontera descuidada en esta hora de oscuros artificios políticos, en los que Ikedriz afianzaba su posición usando las leyes en beneficio de sus propias argucias.
Era bien sabido que Ikêdriz negaba el paso a cualquier ejército, en esa hora de necesidad, basándose en su derecho legítimo a vetar el paso por sus tierras. Los mensajeros llevaban mensajes a Edranthal y Balgar, quienes cuestionaban sus actos, inherentemente malvados para con sus vecinos.
Estos, sin embargo, disculpaban el veto clasificando el asunto como: “Una cuestión de seguridad interna que no volverá a ser discutida fuera de nuestras fronteras.”
-“Pues tendremos que discutirlo dentro de ellas.”- Pensó Calev, que ya se había acostumbrado a su provisional nueva montura. Miró en derredor y vió a su izquierda las enormes cumbres, y a su derecha las extensas planicies, que ya habían dejado atrás el valle para extenderse en verdes pastos. Sus compañeros parecían cansados, y fueron aminorando la marcha ante las primeras proposiciones de hacer una parada. Mantenerse sujetos a aquellas bestias había sido un esfuerzo tremendo, y los compañeros las abandonaron con gusto en cuanto la montaña dejó de ser la vía necesaria para mantenerse lejos de la visión de las fuerzas de Ikêdriz.
Pararon entre unas rocas, en el descenso de una loma irregular donde abundaban hierbajos y pequeñas salamandras, que correteaban entre las hendiduras de las piedras saliendo y entrando velozmente de ellas.
Cerca fluía un arroyo, y Dannor y Selene se acercaron a llenar los odres de agua fresca.
-En mis tiempo con Sheresorsha,- Dijo el mago.- que cada vez recuerdo con mas claridad, el dragón me contó la historia de la sangre mezclada de su linaje. Los hermanos de Gônilor habitaban como reino propio las tierras que hoy pisamos. Fue sin duda la codicia de los hombres, lo que condujo a los Dracónidos lejos de estos pastos, hacia el abrigo de las costas de Astra.
-¿Y la gente permitió a Ikêdriz echar a los Dracónidos de sus propias tierras? – Preguntó la conjuradora, algo sorprendida. – ¿No presentaron batalla los antepasados del buen herrero?
-Parece que Ikêdriz no actúa nunca de propia mano salvo si les proporciona gloria. ¿No recordáis acaso la quema de los templos? – Preguntó el mago con una mueca de rechazo evidente. A su mente llegaban los recuerdos de la columna de sacerdotes supervivientes, viajando hacia el Sur. Selene volvió la vista al río, inmersa en sus propios pensamientos que fluían como el agua cristalina.
Dannor sabía que Selene era una buena analista, y le gustaba plantearle historias de la historia. La bruja siempre se sorprendía de la necedad de la gente, y normalmente le llevaba a sacar conclusiones de futuro que muchas veces habían ayudado al grupo a seguir adelante.
-La situación de Ikêdriz hace tiempo que parece haberse ido de las manos.- Dijo Selene- Es importante pararles ahora, no sé cómo, ni si es posible. Pero quizás si seguimos esperando sea demasiado tarde para las almas no corruptas que habitan esas tierras.- La bruja parecía preocuparse por cosas que iban mas allá de sus propios rituales, y no le daba verguenza alguna mostrarlo. No parecía creer que eso le causara una debilidad.
-Quizás ya sea tarde para todos nosotros, - Prosiguió.- pero no para todo el mundo.- Dannor la miró inquisitivamente. Bajo los suaves mantos, se hallaba una mujer de hierro; Su piel parecía, más que la dulce nieve, el frío y duro mármol con el que se tallaban las cariátides de los templos mas solemnes.
Volvieron de camino al campamento, y el Sol terminó de despuntar en el horizonte.
-¿Te has dado cuenta de que en D’ôrnon no se ve el amanecer?- Preguntó el mago mientras miraba el guante de Selene. Las facetas de las gemas engarzadas en el, brillaban ante la luz del Astro Rey.
-Es cierto.- Dijo Selene asegurando uno de los Odres. Acto seguido desvió su vista hacia la Cadena de Favne, donde ríos de niebla servían de lecho a las monstruosas cumbres.- Favne es tan grande que vela el amanecer a las tierras de los seis reinos. Pero a nosotros se nos ha vedado la muerte del sol, de la misma manera.- Dannor esbozó una media sonrisa, aprobando la respuesta de Selene.
Volvieron al campamento, donde varios de los compañeros habían iniciado ya su sueño. No era raro para ellos ver cerrar los ojos a alguien y empezar a roncar a los treinta segundos. En una vida como aquella, cada momento aprovechable para dormir era un regalo, y el cansancio, sin duda, les ayudaba sobremanera a caer rendidos. Fuese el momento que fuese.
En guardia permanecían Ûzdun y Oëranor, que en pocos días habían pasado de ser absolutos extraños, a una parte más del grupo sin la que empezaban a sentirse ya, de un modo u otro, extraños. Era inspirador levantarse y ver a Ûzdun cubriéndose con el polvo de piedra que creaba con sus propias manos, y desde luego era una ayuda el buen humor y la sapiencia del maestro enano, que tantos otoños llevaba de ventaja al resto, y cuyos consejos eran escuchados atentamente. No era el mas refinado ni de su raza, ni de las que habitaban mas allá de sus moradas, pero la verdad solía acompañar a cada frase que emergía de entre sus densas barbas.
-¡Ah, Compañeros!- Dijo el enano.- Dormid ahora y soñad lento, ¡Pues grandes cansancios nos esperan más allá de nuestra llegada a Bântes!, ¡Y temo que nuestro papel no vaya a pasar desapercibido en los días que nos aguardan! Dormid bien y dormid ahora! –Prosiguió animosamente el enano! – ¡Que mi buen Âlgurd dará una pétrea bienvenida a cualquier no invitado! – El enano pasó una mano enguantada sobre el precioso martillo tallado. Sus aristas eran perfectas, y no parecían haberse degradado con la batalla o el uso. Sin duda, era un arma como pocas veces vería en adelante, y Dannor sonrió ante las maravillas que estaba descubriendo en aquella aventura sin parangón. El mundo que se abría ante sus grandes ojos violáceos, era una tierra de terribles peligros, pero también de enormes maravillas.
Ya entrada la tarde, la compañía volvió a ponerse en marcha descendiendo ahora por pequeñas colinas rocosas que precedían a la verde campiña. A la cabeza iban como siempre Frago y Dagha, que reconocían el terreno en búsqueda de amenazas o mejores caminos. En una de estas ocasiones, en que aquellos mas sigilosos se mantenían apartados del grupo y este debía esperar noticias, Êirnel se acercó a Agar con mirada solicitante y con la cabeza baja en señal de devoción.
-Señora.- Dijo respetuosamente el rubio guerrero de las tierras del Norte.- Permitidme acercarme a vos y pediros consejo. Vos veis a través de los ojos de Pelor, y en vuestras palabras se capta la esencia de la bondad, que sin duda proviene de Él.- Su mirada denotaba dolor y sufrimiento, había visto mucha maldad y muerte, y Agar recordó que muchos de sus compañeros habían muerto en Êctanis.
-Êirnel, mira hacia el cielo ahora.- Dijo la sacerdotisa. El guerrero dirigió su mirada a las nubes, que se extendían cual gaviotas vaporosas por todo el horizonte. La luz del Sol se escurría entre ellas coloreando las zonas que conseguía alcanzar, y estas se movían como si ojos divinos mostraran atención a las partes más hermosas. Êirnel, sobrecogido por la belleza de la imagen, se volvió a la clérigo y le preguntó anhelante: -¿Acaso hay esperanza?.- Agar sonrió satisfecha de la pregunta de Êirnel:
-Mirad ahora vuestro puño.- Le dijo. El guerrero cerró la mano y observó con detenimiento. Su guante encuerado estaba ajado por el uso de la espada y la rienda, y todavía quedaban en el manchas de sangre de las alimañas que les habían atacado en el bosque.
-Ahí está la esperanza del mundo.-Dijo Agar.
Êirnel se quedó mirando el guante con gesto de sorpresa. Llevado por profundos pensamientos, el tiempo perdió su esencia, y cuando el guerrero volvió en sí, estaba solo en la pequeña roca elevada donde se había reunido con la sacerdotisa, y el sol se hallaba alzaba un poco más alto que la última vez que lo había observado. Los gritos de Calev le devolvieron a la realidad.
-¡Êirnel, nos vamos!- El guerrero miró por un momento a Calev, recobrando la consciencia de sí mismo, y recogió el hato rápidamente, mientras alcanzaba de nuevo al grupo, que descendía ya los tramos finales que conducían a la campiña del antiguo reino Drâkon.
La noche siguiente, avistaron a varios soldados del Reino de Hierro Negro, pero consiguieron evadirlos aunque no sin esfuerzo. Cerca quedaban ya las tierras del río Sanhyd, y eso parecía denotar el fino hilo plateado que podían observar en el horizonte.
En ese momento, decidieron hacer un alto en su camino, y asi planear cual sería el siguiente paso, y como deberían llevarlo a cabo. Tras breves exploraciones, Frago constató la presencia de un lugar en el cauce del río, donde no parecía haber guardias ni vigilancia, y que se adentraba justo después en un pequeño bosque de roca y roble, ya en Edrânthal, perfecto para esconderse.
No tardaron en ponerse de acuerdo en que sería el mejor cruce, mas no contaban con barcas que aguantaran las fuertes corrientes que pasaban por aquel tramo, ni medios conocidos que pudieran llevarles hasta el otro lado. Calev habló entonces al brujo:
-No quiero pecar de pensar convencionalmente otra vez, Isaías. - Su voz poseía un deje sarcástico.- ¿Tenéis, por ventura, caballos que caminen sobre las aguas?- La máscara contestó con una risotada profunda e irreal:
-No será por ventura, Calev…- Dijo el brujo tras reír abiertamente. Acto seguido, desenvolvió de nuevo el libro de entre las pieles que lo protegían, y repitió el ritual que habían visto con anterioridad en las cumbres cercanas a Înkhilzor. Aunque esta vez, Calev notó diferencias.
Era bien conocido por todos los camaradas, que el guerrero mantenía palabras a escondidas con el brujo, y que siempre estaba atento a los rituales que Isaías lograba de su deslucido y viejo compendio.
-¿Y esa variante? – Preguntó quedamente el guerrero.
-Aletas para tus caballos, mi buen Calev... – El brujo parecía siniestramente divertido. El ritual prosiguió, ante la atenta y fría mirada del guerrero de oscura coraza.
Minutos después, una grieta de sombra se originó en los ya oscuros páramos de Ikedriz, y de ella salieron diez salamandras de sombrío aspecto. Su piel era negra como la lava, y mostraba vetas de colores que iban desde el rojo sangre al azul turquesa. Tenían el largo de un caballo pero su altura no superaba la de un poni, y desde el primer momento, demostraron ser monturas sigilosas como ninguna vista antes.
Tras breves comentarios, decidieron cruzar el río cuando la noche fuera más cerrada, y esperaron al momento junto a sus imperceptibles monturas, cerca de una hondonada frondosa que desembocaba en el paso. El río rugía poderoso a su paso, y ramajes y tocones viajaban por él a velocidades asombrosas, mostrando el poder del caudal a los viajantes, que se preguntaban cuan fuerte sería el aguante de las salamandras de sombra.
A solo unos cientos de metros, danzaban rápidas dos antorchas, portadas sin duda por alguna patrulla de la guardia fronteriza. Estas se acercaban peligrosamente, y aun a pesar de la naturaleza de sus monturas, serían detectados si pasaban mucho más tiempo escondidos.
Isaias, impulsivo como siempre, reaccionó cabalgando a su salamandra y desapareció entre los árboles, a la vista de todos aquellos que esperaban ansiosos el momento de la huida fronteriza. En un abrir y cerrar de ojos, se escuchó un fuerte chasquido seguido de un estertor. Las teas cesaron su luz y pocos momentos después, Isaías volvió al lugar con silenciosos pasos. Montado en su infernal montura, parecía un heraldo del abismo trayendo exigencias al mundo de los hombres.
El brujo hizo una señal y todos salieron tras de él. Las salamandras alcanzaban grandes velocidades cuando esprintaban, y bajo ellas solo se oía el hondear de la hierba movida por el viento a su paso. Enseguida vieron cerca las corrientes, pero los animales no se detuvieron, sino que siguieron recto y pasaron en una línea perfecta sobre la corriente, que debía de haberlas arrastrado a su paso muchos cientos de metros. Las patas de las salamandras, se habían adaptado al agua como si fuera roca firme, o esa al menos fue la sensación que tuvieron los compañeros cuando atravesaron el Sanhyd.
Tras internarse en el bosque siguieron por las verdes campiñas, y pasaron la noche a espaldas de las aparentemente incansables bestias.
El amanecer les sorprendió sobre sus monturas, y prosiguieron así con la mañana, pensando en aprovechar tan inesperado regalo. El brujo no cesaba de sorprenderles, y había quedado claro que muchos de ellos podrían haber perecido sin la presencia del albino, que iba a la cabeza de la marcha, casi como un icono infernal.
Ese pensamiento llevó a muchos de ellos a darse cuenta de cuan imprescindibles habían sido todos; Frago había acabado casi por sí mismo con dos de los tres minotauros mercenarios que les perseguían, ahorrando quizá alguna baja a la comitiva; Sellayne había interpuesto su escudo y su cuerpo ante ataques mortales dirigidos a otros, y con su tacto y guía, había dirigido al grupo con más seguridad y firmeza que antes. Selene había solucionado enigmas que desvelaban un poco mas su historia… Todos y cada uno de ellos habían sido determinantes hasta el momento, y nada les había frenado.
El sol pasó el meridiano del cielo, y empezó a caer hacia la tarde. Las monturas empezaron a perder fuerza y se convirtieron en humo, depositando a sus pasajeros suavemente en la hierba. Cerca de ellos había una pequeña arboleda, lo suficientemente grande para albergar animales, y el cual le pareció un lugar apetecible en el cual descansar.
Las temperaturas habían subido mucho en poco tiempo, y cuando llegaron a un pequeño claro en el bosque, que consideraron aceptable para establecer su pequeño campamento, Calev se despojó de su coraza y la dejó caer a plomo en el suelo de tierra.
-Parece que el Sol de Jâarimaar llega a nosotros con fuerza.- Comentó Êirnel ante las maniobras del guerrero. Levantó la vista de su equipaje y abrió los ojos como asumiendo algo olvidado. Agar y Dagha le miraron cuestionantes. El guerrero les devolvió la mirada, contento y aliviado:- Estoy en casa. –Les dijo.
Al empezar a asumir que estaban en Edrânthal, su humor cambió positivamente, y decidieron concederse una parada para cazar algo y comer bien.
Frago llegó al poco con dos liebres, y Dagha recogió especias de la arboleda. Mientras, Dannor calentaba agua de arroyo en la marmita.
La tarde cayó mientras disfrutaban de una comida entre risas, y olvidaron por un rato las preocupaciones, y la guerra que les esperaba en Bântes, donde en aquel momento moría gente en defensa de las tierras de los reinos del este.

[sip, sigo sigo º0º)
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